¡Oh Cristo, mi Buen Samaritano!
Tú que, al borde del camino de la vida,
ves mis dolores y sufrimientos
y lleno de piedad y compasión
me recoges con tus manos,
llenas de ternura y dulzura,
y me cargas suavemente sobre ti,
¡ayúdame a sentirte junto a mí!
¡Oh Cristo, mi Buen Samaritano!
Cuídame con tu amor misericordioso,
derrama tu vino sobre mis heridas,
santifícame con la fuerza de tu Santo Aceite,
consuélame con el afectuoso consuelo
que tú solo nos sabes dar,
y, cuando vuelvas en el último día,
¡paga por nosotros lo que te debamos!
¡Oh Cristo, mi Buen Samaritano,
nunca te separes de mí! Amén.